martes, 11 de agosto de 2009
- BAYLEY -
EDGAR BAYLEY
POETA PORTEÑO
Bayley no posó de rebelde, pero fue un rebelde a su modo, un provocador no agresivo que usaba el humor y la fina ironía para que se debatieran las ideas.
En el mezquino panorama de los grandes poetas argentinos, podríamos inscribir sin temor a equivocarnos la obra del inclasificable y rebelde Edgar Bayley. Vinculado desde muy joven a los movimientos de vanguardia en la década que va del 40 al 50 y aún después, su nombre figura en la dirección de las revistas "Arturo" (1944), "Arte Concreto-Invención" (1945) y la legendaria "Poesía Buenos Aires" (1950-1960) con treinta números trimestrales, luego vendría "Zona de la Poesía Americana" (1953-1954), donde su rol fue preponderantemente activo.
Reunía en sí una rara intuición y una fina perspicacia que le permitía escribir medulosos ensayos reunidos luego en dos libros fundamentales para el conocimiento de la poesía (Realidad interna y función de la poesía, Rosario, Ed. Biblioteca, 1966) y "Estado de alerta y estado de inocencia", Bs. As., Argonauta, 1989).
Rodolfo Alonso ha escrito de él: "su capacidad de razonamiento -muy profundo- y, al mismo tiempo, su capacidad humana unida a esa rigurosa inteligencia".
Ejerció durante su vida un magisterio nunca inducido por él. "Bayley siempre supo leer lo que había que leer en la gente, como captó a Raúl Gustavo Aguirre me captó mi", dirá Mario Trejo años después a Daniel Freidemberg (Obras, Bs. As., Grijalbo, 1995).
En su tarea de esclarecimiento y resistencia hacia fáciles caminos donde saben perderse los talentos inocentes o desavisados, él siempre permanecía despierto. Bayley no posó de rebelde, pero fue un rebelde a su modo, un provocador no agresivo que usaba el humor y la fina ironía para que se debatieran las ideas. Algo muy sano, casi un socrático, diríamos para definirlo de algún modo. La discusión creativa era siempre alentada y enriquecida cuando uno lo trataba. "No hay que devenir institución", repetía.
Su vida fue un ejemplo de resitencia al acartonamiento, a la payasada, al autobombo, a las concesiones del "marketing" diríamos ahora. Rehuyó las ediciones de sus poemas de la presión de las grandes editoriales, prefirió entregar sus libros a pequeños sellos que garantizaban llegar a los verdaderos interesados en su poesía -o en la poesía a secas-, aquellos que no se dejarían embaucar por el envase.
Tal vez con la íntima convicción que si lo suyo era importante, llegaría de todos modos y que los esfuerzos por imponer su obra carecerían de sentido si su validez estaba cuestionada. Un ejemplo que tiene cada vez menos seguidores en este patético panorama de la poesía argentina actual.
Descreyó de los fetiches, de las zancadillas del éxito y para ello apostó por una poesía de audacias formales que respondían a su ideología poética, no le interesaba provocar por la provocación misma. Por ello puede decirse que si uno recorre toda su poesía publicada no hay un poema del que haya podido avergonzarse.
Toda su poesía -y esto es casi único en un poeta argentino- tiene nivel similar, la prueba es que uno la relee a través de los años y siempre parece estar descubriéndola La poesía de Edgar Maldonado Bayley (él prefirió llamarse Edgar Bayley a secas), sin temor a la equivocación, al extravío, se encuentra entre las más altas y fascinantes aventuras creadoras del español en todas las épocas.
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