viernes, 11 de enero de 2008
- CIBERBORGES -
Borges, de moda en la Web
Libros y artículos aparecidos en los últimos tiempos coinciden en afirmar que el autor argentino fue un visionario de Internet
NUEVA YORK.– «Borges 2.0: del texto a los mundos virtuales» es el título de un libro de reciente aparición en los Estados Unidos. «Borges y el futuro previsible» era el título de un extenso artículo sobre lo mismo, aparecido el pasado domingo en The New York Times. De un momento a otro se espera que salga también una colección de ensayos que la Bucknell University Press ha compilado bajo el sugestivo título de «Cy-Borges». Todos dicen lo mismo: el escritor argentino Jorge Luis Borges fue un visionario de internet. Sus obras prefiguran la realidad virtual total, las bibliotecas universales, la lectura infinita e infinitamente personalizada...
Ecos de Umberto Eco
Esta aproximación a Borges no es nueva. La han sostenido ya en el pasado intelectuales como Umberto Eco. La insistencia con que el argentino recrea un mundo, más que conocido, devorado por el conocimiento, donde los libros atrapan a sus lectores incluso físicamente, donde se cruzan sin cesar infinidad de datos y donde el saber parece tener vida propia, al margen de los sabios, despierta inmediatas asociaciones con la ciberrealidad actual.
Perla Sassón-Henry es hispanista, es profesora en la Academia Naval de los Estados Unidos. La misma Perla Sassón-Henry es también la autora de «Borges 2.0: del texto a los mundos virtuales». Los dígitos del título son un guiño a la wikipedia, que Sassón-Henry también ve anunciada en varias obras de Borges.
Entonces, la principal aportación del libro no consiste tanto en la novedad estricta como en la frescura práctica, en la inmediatez con que se aborda el concepto. Borges sería el precursor de una nueva hornada de ciberlectores que ya no se conformarían con leer pasivamente, sino que quieren sentirse parte del libro.
En las formas, Borges fue de todo menos futurista. Sus relatos rehúyen casi con horror las asperezas de la cotidianeidad para refugiarse en estilizados escenarios antiguos, casi siempre pretecnológicos. Lo cual no obsta para que en el sótano de una casa de Buenos Aires pueda surgir una especie de webcam universal, de ojo omnímodo, como es «El Aleph».
Sassón-Henry describe al taciturno genio argentino, al que en vida nadie consideró moderno -le regatearon innoblemente el Premio Nobel por su supuesta condición de retrógrado- como «un hombre del viejo mundo con una visión futurista». De su mano puede cualquier lector sentirse más «activo», que con muchos otros escritores, sostiene la hispanista.
A todo lo anterior hay que añadir que el sello editorial norteamericano New Directions ha reeditado «Labyrinths», una antología en inglés de Borges que hacía cuarenta años que no se editaba. El original llevaba un prólogo del miembro de la Academia francesa André Maurois. El prólogo de la reedición de ahora lo ha escrito nada menos que William Gibson, considerado el precursor de la novela ciberpunk. También se atribuye a él la popularización de términos como «ciberespacio». ¿A la vejez, o incluso más allá, viruelas? ¿Va a resultar que Borges no conectó -o no se le permitió conectar- con el populacho de su propio tiempo, y vuelve después de muerto para ser autor de culto de la cibervanguardia?
Sin duda su cultivo del relato breve le hace entrar más fácilmente por muchos ojos minimalistas. Pero lo breve no siempre es fácil. Más bien al contrario, Borges no ha sido una lectura simple ni cuando el esfuerzo de leer estaba mucho más de moda.
Su larga andadura como bibliotecario, y el saber desde joven que estaba destinado a la ceguera, hizo que Borges desarrollara una relación física muy particular con los libros. The New York Times citaba este domingo, con admiración sobrecogida, la célebre cita del autor en que ensalza la ironía de Dios, que pone a un tiempo tantos libros a su alcance, y le ciega para leerlos.
Menos látex, más cerebro
Lo que tanto admira a la ciberpoblación de Borges puede ser entonces no tanto un alarde de su considerable inteligencia -o no sólo- como de su no menos considerable sufrimiento. Condenado a no ver como Beethoven a no oír, el genio se refugia en su memoria, constantemente citada, entreverada y retroalimentada.
Crea en la práctica su propia web, su propia red, para que la literatura no se le escape como un pez vivo entre las manos. Funda un mundo virtual más titánico aún, más ambicioso, que el real. ¿Cómo The Matrix? Sí, pero con menos látex y muchísimo más cerebro.
Cuesta imaginarse cómo reaccionaría Borges de levantar ahora la cabeza para «verse» haciendo surf en la cresta de la ola internauta, en la que algunos creen ver el principio del fin del libro.
Proyectos como las bibliotecas virtuales de Google, la aparición de artefactos como el «Kindle», que pretende ser el «ipod» de los libros, ¿le parecerían el colmo de sus sueños o de sus pesadillas? ¿Vería en ellos los perfiles de su inmortal libro de arena y su biblioteca de Babel, o una apoteosis de lo insustancial, lo inconexo y lo inesforzado, digno de ser barrido de la faz bibliófila de la Tierra, como los mercaderes del templo?
Ciberprofecías de un tiempo a. d. Wikipedia
NUEVA YORK. «¿Quiénes inventaron a Tlön? El plural es inevitable, porque la hipótesis de un solo inventor -de un infinito Leibniz obrando en la tiniebla y en la modestia- ha sido descartada unánimemente. Se conjetura que este brave new world es obra de una sociedad secreta de astrónomos, de biólogos, de ingenieros, de metafísicos, de poetas, de químicos, de algebristas, de moralistas, de pintores, de geómetras... dirigidos por un oscuro hombre de genio. Abundan individuos que dominan esas disciplinas diversas, pero no los capaces de invención y menos los capaces de subordinar la invención a un riguroso plan sistemático. Ese plan es tan vasto que la contribución de cada escritor es infinitesimal».
Este fragmento de «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius» aparece citado en la edición del pasado 6 de enero de «The New York Times» como una irrefutable ciberprofecía de Jorge Luis Borges: lo consideran poco menos que la anunciación de la wikipedia.
Funes, el «blogger» memorioso
También creen ver profetizada la blogosfera en este otro fragmento de «Funes el Memorioso»: «Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo. Y también: Mis sueños son como la vigilia de ustedes. Y también, hacia el alba: Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras».
Por fin se remiten a «La biblioteca de Babel»: «De esas premisas incontrovertibles dedujo que la Biblioteca es total (...) o sea, todo lo que es dable expresar: en todos los idiomas (...) Cuando se proclamó que la Biblioteca abarcaba todos los libros, la primera impresión fue de extravagante felicidad. Todos los hombres se sintieron señores de un tesoro intacto y secreto. No había problema personal o mundial cuya elocuente solución no existiera...»
Se comprende el embeleso que estos destellos del genio del argentino han suscitado en sus nuevos «ciberlectores» norteamericanos. Y sin embargo Borges sigue siendo mucho más visionario y más sutil que los que ahora le consideran la deidad tutelar de los internautas.
Baste esta última cita, que es nuestra y no de «The New York Times». Es de «El libro de arena», un relato cuyo protagonista recibe la prodigiosa posesión de un libro infinito, que se deshace y rehace continuamente antes y después de leerlo. Es imposible encontrar tanto la primera como la última página. Las ilustraciones desaparecen solas después de vistas:
«Me quedaban unos amigos: dejé de verlos. Prisionero del Libro, casi no me asomaba a la calle (...) Declinaba el verano y comprendí que el libro era monstruoso. De nada me sirvió considerar que no menos monstruoso era yo, que lo percibía con ojos y lo palpaba con diez dedos con uñas (...) Recordé haber leído que el mejor lugar para ocultar una hoja es un bosque. Antes de jubilarme trabajaba en la Biblioteca Nacional, que guarda novecientos mil libros; sé que a mano derecha del vestíbulo una escalera curva se hunde en el sótano, donde están los periódicos y los mapas. Aproveché un descuido de los empleados para perder el Libro de Arena en uno de los húmedos anaqueles. Traté de no fijarme a qué altura ni a qué distancia de la puerta. Siento un poco de alivio, pero no quiero ni pasar por la calle México».
Anna Grau
ABC
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