miércoles, 19 de septiembre de 2007

- EMILIO PETTORUTI -



EMILIO PETTORUTI

La construcción del color y el espacio



Deficientemente conocida hasta ahora en España, esta primera exposición de la obra de Emilio Pettoruti (La Plata, 1892 – París, 1971) en nuestro país, comisariada con encomiable tenacidad por Estela Consiglio y Alfredo Taján, no sólo viene a cubrir un ostensible vacío cultural, sino que rinde merecido homenaje a una de las figuras que más hicieron por vincular a la Argentina con las corrientes estéticas de la vanguardia europea e internacional.

Al igual que otros compatriotas coetáneos, como por ejemplo Raquel Forner, Antonio Berni, Lino Enea Spilimbergo, Emilio Centurión y Alejandro Xul Solar, también Pettoruti, nada más llegar a Italia en 1913 procedente de un provinciano Buenos Aires, quedó fascinado ante la energía plástica y la radical renovación lingüística que por entonces estaban experimentando las artes en el viejo continente.



Aunque fueron sobre todo en primer lugar las obras de los futuristas italianos las que provocaron una vivísima impresión en su ánimo desde que en noviembre de aquel año visitase en Florencia la muestra de pintores de esa tendencia agrupados en torno a la revista Lacerba. En los años siguientes hasta 1924 en que regresó a su país, Pettoruti recibió, además de la estética futurista, la influencia del cubismo en París y del expresionismo alemán, llegando incluso a exponer.

En 1923, en la prestigiosa galería Der Sturm de Berlín (respecto del ascendiente germano, repárese en el sugestivo óleo titulado Calle de Milán, de 1919, el mismo año de la realización de Caligari, cuyos decorados angulosos son muy parecidos a las formas agudas y esquinadas del cuadro).

Pero, del mismo modo que de los cuadros futuristas le interesa sobre todo el dinamismo y el sentido del ritmo, no dejándose seducir por esa característica secuenciación del movimiento practicada por Balla, del cubismo aprende principalmente los conceptos de orden y estructura, y, ya en segundo término, ese exquisito gusto decorativo en la composición de los objetos que puede apreciarse en Juan Gris (a este propósito, resultan esclarecedores algunos collages y litografías de 1914-15, de los que se exhiben en Málaga dos o tres magníficos ejemplos).



Con todo este bagaje regresa Pettoruti a la Argentina, exponiendo el mismo año de su llegada en la galería Witcomb de Buenos Aires, una muestra ya legendaria por el impacto que causó en los círculos artísticos rioplatenses, dividiendo radicalmente las opiniones, y con la que, sin proponérselo de manera expresa, conectó con la sensibilidad predominante entre los artistas vinculados a la revista Martín Fierro, a cuyo frente se encontraba Xul Solar.



El retrato de Carolita de 1925, aunque subrayando más aún el modelado, evoca, con su dibujo firme y nítido, las figuras femeninas de Dalí de la misma época. En 1952, después de haber pintado en la década de los cuarenta unos maravillosos interiores con bodegones, regresa a Europa, donde residirá hasta su muerte, pero ahora su obra se orientará cada vez más hacia la forma abstracta geométrica, las armonías contenidas de color y el desarrollo de planos espaciales, como se pone de manifiesto en la soberbia composición La Grotta azzurra di Capri, una suma de rigor, equilibrio y misterio.

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