viernes, 12 de octubre de 2007

- FERNANDEZ MORENO -




BALDOMERO FERNANDEZ MORENO



Baldomero Eugenio Otto Fernández Moreno, primero de cinco hermanos, nace en Buenos Aires el 15 de noviembre de 1886, "en la holgura y la abundancia", en una amplia casa de la calle México. Sus padres, Baldomero Fernández y Amelia Moreno, comerciantes españoles, castellanos, gozan de una posición económica muy sólida, la que, sin embargo, se irá deteriorando paulatinamente, hasta alcanzar la ruina total. Es por este motivo que la infancia de Baldomero en la casa de la calle México 671 dura sólo tres años, ya que su padre debe rematarla, contrariando así los "deseos de eternidad" que lo habían llevado a construirla.

Poco después, la familia realiza un breve viaje a Europa. Tras permanecer en Buenos Aires cerca de tres años más, y contando Baldomero seis, la familia se dirige a España, esta vez con la intención de un arraigo definitivo. Así, en 1892, llega Fernández Moreno a Bárcena, la aldea paterna santanderina, enclavada en la montaña y de cara al mar. Pasa allí los años decisivos de la infancia, que habrían de dejar una impronta indeleble en su obra, y que evocará más tarde en La patria desconocida y en Aldea española. La prosperidad económica y la sencillez aldeana permiten a Baldomero acceder a una infancia venturosa.

Bien pronto comienzan para él los años de escuela. La escuela aldeana, a cargo de un solo maestro, ofrece una enseñanza rudimentaria, en la que se alterna la gramática con la historia sagrada y las matemáticas elementales. Núcleo fundamental de la aldea santanderina es la vieja iglesia románica, a la cual los Fernández concurren con asiduidad. Estas tempranas experiencias - las costumbres sencillas de la aldea, los juegos con los otros niños del lugar, los paseos a los pueblos lindantes y al mar fecundan para siempre al futuro poeta.




En el verano de 1897, Baldomero Fernández, tentado una vez más por la ambición de nuevas riquezas, regresa a la Argentina. Pronto llega el momento de cursar el bachillerato, y Baldomero ingresa al Instituto del Cardenal Cisneros.
En Buenos Aires, el nuevo alumno del Liceo Ibérico Platense se destaca por su conducta y aplicación, no obstante sorprenderle el rigor que allí se imprime a los estudios, bien lejos de la indulgencia de los años madrileños.

En este establecimiento de enseñanza comienza a descubrir a los poetas argentinos y americanos, y también a los españoles: Echeverría, Obligado, Núñez de Arce, Campoamor. Al mismo tiempo, se despierta en él una verdadera fiebre de lecturas, pero sin demasiado espíritu selectivo, pues lo que cae en sus manos en el hogar de comerciantes españoles importa una verdadera miscelánea.

Las constantes vicisitudes económicas de Baldomero Fernández tienen un vuelco favorable, y en 1902 la familia se traslada a una quinta del barrio de Almagro, que en algo les recuerda la magnífica casa de Bárcena. Pero esta prosperidad no dura mucho, ya que nuevas desdichas económicas obligan a Baldomero Fernández a realizar un viaje por Europa, verdadero comienzo del derrumbe económico de su casa. El joven concluye, en el viejo Nacional Central de su Elegía, sus estudios de bachiller.

Los próximos pasos de Baldomero consisten en el ingreso a la Facultad de Medicina, vocación que el niño había antepuesto siempre a la de comerciante que le señalaban sus padres. Entretanto, la ruina económica de la familia se ha acelerado, multiplicándose en los últimos tiempos las consabidas mudanzas; por último, han debido refugiarse en una vieja y alejada casa de Floresta. Durante estos años de soledad y de sacrificio, años de estudios intensos y, sobre todo, de lecturas constantes, se van delineando poco a poco las preferencias literarias del joven: primero, los "parnasos americanos, apeñuscados y pintorescos", son desplazados por las Rimas de Bécquer; luego vendrán Lugones, Darío y los hermanos Machado, en particular Antonio; más adelante, Baudelaire y Verlaine.

En 1912, tocan a su término estos años de estudio y de prácticas en el Hospital Español. El flamante médico recibe su diploma. Tiene veinticinco años, y mientras sus compañeros de Facultad han marcado ya el rumbo que han de seguir, él, indeciso, y además escindido por las contradicciones surgidas de su doble vocación, acepta visitar Chascomús a instancias de un amigo. No sin cierta indiferencia, decide quedarse, y muy pronto instala allí su consultorio. Son casi dos años de prueba en el pueblo bonaerense, donde el joven médico alterna el ejercicio de su profesión con el ejercicio de la poesía, en la que ya se empieza a escuchar su propia voz, despojada del tono imitativo de sus versos de adolescencia. Los pacientes son pocos y la vida pueblerina no ofrece mayores atractivos. Es necesario pasar el tiempo de alguna manera, y las veladas de póquer y truco en el Club Social o en el de Regatas son citas obligadas. El médico deja entonces Chascomús y, tras explorar algunos pueblos pampeanos, se instala a principios de 1914, en Catriló, localidad situada en medio de la pampa y la soledad.



En 1915, a instancias de los amigos, publica su primer libro de poesías: Los iniciales del misal.
El éxito de su primer libro, el entusiasmo y el desorden de la vida y de las amistades literarias, el café y la calle, imposibilitan casi totalmente su labor de médico, y ésta va cayendo en un abandono cada vez mayor.
En 1918, publica Por el amor y por ella, y al año siguiente, el 22 de enero, se casa con la inspiradora de estos poemas, Dalrnira del Carmen López Osornio a quien conoció en Chascomús. El matrimonio se instala en Huanguelén, naciente pueblito del sur de la provincia de Buenos Aires, donde reside. Allí escribe El hogar en el campo, reflejo del primer año de casado, que se publica recién en 1923.

Durante casi todo el año 1920, reside nuevamente en Buenos Aires, para volver luego a Chascomús, donde permanece hasta 1924: son los últimos años de su ejercicio de la medicina. En efecto, la escisión surgida de las contradicciones que le plantean sus dos vocaciones paralelas, la de médico y la de poeta. La crisis se resuelve con el abandono definitivo de la medicina, y ésta es reemplazada por el ejercicio del profesorado secundario: instalado definitivamente en Buenos Aires, donde residirá hasta su muerte, el poeta se muestra categórico en su decisión: aceptará unas cátedras, pero además serán de literatura e historia.

Al volver a Buenos Aires, el poeta retoma las caminatas interminables por la ciudad, allí suele encontrarse con algunas de las figuras más relevantes del mundo literario porteño: Alfonsina Storni, Enrique Méndez Calzada, Nicolás Coronado. De esos años data una amistad entrañable, que conservará hasta su muerte: la del uruguayo Enrique Amorim.
En 1919, había nacido su hijo César. Este acontecimiento llena al poeta de profunda felicidad. Más tarde, serán Dalmira, Ariel, Manrique y Clara, quienes harán que El hijo, publicado en 1926, se trasforme en Los hijos. Su mujer, los niños, la vida familiar, la tranquila felicidad doméstica, serán una constante en su poesía. La publicación de Versos de Negrita data de 1920. A esta altura de su producción, la base temática de su poesía ya está claramente delimitada, y será, a la larga, la de su Obra Ordenada: ciudad, pueblo, campo, amor, hogar. En 1921 y 1922 publica sus dos primeros libros de tipo acumulativo, es decir, colecciones escritas en un lapso determinado, que enriquecen los temas anteriores, pero no inauguran otros nuevos: ellos son Nuevos poemas y Mil novecientos veintidós.

Aldea española, escrita entre 1923 y 1924, recuerdo emocionado de los años de infancia en Bárcena, se publica en 1925. Esta rememoración lírica consagra definitivamente al poeta, y el reconocimiento oficial le otorga al año siguiente -1926- el Primer Premio Municipal de Poesía. Es éste también el año de la publicación de su libro El hijo. La mayoría de las composiciones que lo integran datan de los años de Chascomús, 1920-24.

La etapa -de formalismo poético que Fernández Moreno ha comenzado a practicar en Aldea española, se continúa en Décimas y Poesía (ambos de 1928) Sonetos (1929), Romances (1936) y Seguidillas (1936). En 1925 se funda la Sociedad de Escritores, núcleo generador de la actual SADE; y toca a Baldomero Fernández Moreno presidir su comisión directiva.



En 1937, un hecho sume al poeta en un profundo estado depresivo, provocándole un "descenso del nivel vital", que se prolonga hasta fines de 1939. Este hecho es la muerte de su hijo Ariel, de diez años de edad. Durante ese lapso, la cosmovisión del poeta se ensombrece, se vuelve oscura y desesperada. Esta visión cobra forma en una serie de breves poemas agrupados, que llevan el nombre de Penumbra, y que en conjunto sólo se publican en 1951, después de su muerte.

Sus obras Dos poemas y Romances y Seguidillas, ambas de 1936, resultan acreedoras al Primer Premio Nacional de Poesía correspondiente al período 1933-37.
El poeta adquiere una casa en Flores, instalándose en ella en 1938. La vida en este antiguo barrio de Buenos Aires, donde había pasado años de su juventud, y donde permanece hasta su muerte, da lugar a una serie de poemas. Al cumplirse los veinticinco años de la publicación de su primer libro, Las iniciales del misal, la SADE le dedica un estruendoso homenaje en el Teatro del Pueblo, que alcanza gran repercusión pública. 1943 marca la fecha de publicación de San José de Flores y La patria desconocida; primera parte de su autobiografía. pero a partir del año siguiente, el poeta cae en un nuevo estado depresivo, de características semejantes a las del anterior, y del que se irá recuperando muy lentamente.

En 1945 nace su primera nieta: comienza entonces a escribir los poemas que integrarán el Libro de Marcela, que se publica en 1951, en un solo volumen, con Penumbra.
Los seis últimos años de su vida transcurren en dura lucha con su insomnio y su equilibrio nervioso. "Todo me hace mal, lo exterior y lo interior. No sé nada de mí." "Es media tarde; y ya empiezo a temblar; la ansiedad viene con la noche".
En 1949, el poeta publica Parva, y al año siguiente, el 13 de junio de 1950, recibe una nueva consagración oficial: la Sociedad Argentina de Escritores le otorga el Gran Premio de Honor por este último libro, premio que encierra un reconocimiento a toda su obra.

Pocos días después, el 7 de julio, muere súbitamente, de un derrame cerebral.
Años atrás, había entregado a su hijo César una serie de disposiciones que, en caso de muerte, éste debía cumplir: "No se permitirá absolutamente a nadie, ni al pariente más cercano, la entrada a mi casa." Y mi deseo es que en un taxi cualquiera me acompañe hasta donde sea mi hijo César, absolutamente solo". Sin embargo, se lo vela en la Casa del Escritor. En tal sentido, aclara César Fernández Moreno "No cumplí estas instrucciones: las consideré revocadas por los años de plenitud que él alcanzó a vivir entre 1940 y 1944. Habían pasado doce años, ahora era otra muerte." Y más adelante: "Pero no pude hacerme dueño único de su muerte: me pareció que pertenecía a todos, como su vida. ¿No lo había dicho él mismo?.

Obtuvo entre otras merecidas recompensas, el Primer Premio Nacional de Literatura, y fue objeto, al cumplir sus bodas de plata con la poesía, en 1940, de un gran homenaje en el Teatro del Pueblo.


Colaboró en La Prensa, La Nación, Caras y Caretas y otras publicaciones.
Ganó el Premio Nacional y el premio Municipal de las Letras.
Fue un gran lírico que con extrema dedicación le cantó al amor y a la tierra.
Obra en poesía: "Las iniciales del misal" (Buenos Aires, 1915; (Interdio provinciano) (1916), "Ciudad" (1917), "Por el amor y por ella"(1918).

"Campo", "Campo argentino" (1919), "Versos de Negrita" (1920), "Nuevos poemas" (1921). "Canto de amor, de luz y de agua (1922), "El hogar en el campo" (1923), "Aldea española"(1925), "el hijo" (1926), "Decimas" (1928), Poesía" (1928) "Sonetos" (192(), " Ultimo cofre de negrita" (1929), "Cuadernillos de verano" (1931), "Romances" (1936), "Yo, médico; yo, catedratico" (1941), "Buenos Aires: ciudad, pueblo, campo" (1941), "Tres poemas de amor" (1941) , "Sonetos cristianos" (1942), "Antología", 1915-1945 (Buenos Aires, 1945. Varias ediciones de la antología.


Setenta balcones y ninguna flor

Setenta balcones hay en esta casa,
setenta balcones y ninguna flor...
A sus habitantes, Señor, qué les pasa
Odian el perfume, odian el color.

La piedra desnuda de tristeza agobia,
dan una tristeza los negros balcones
No hay en esta casa una niña novia
No hay algún poeta bobo de ilusiones
Ninguno desea ver tras los cristales
una diminuta copia de jardín?

En la piedra blanca trepar los rosales,
en los hierros negros abrirse un jazmín
Si no aman las plantas no amarán el ave,
no sabrán de música, de rimas, de amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá un clave...
Setenta balcones y ninguna flor.

En la piedra blanca trepar los rosales,
en los hierros negros abrirse un jazmín
Si no aman las plantas no amarán el ave,
no sabrán de música, de rimas, de amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá un clave...
Setenta balcones y ninguna flor.

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