sábado, 26 de enero de 2008

- LA ILUSTRACION -




La vigencia de la Ilustración



Por su actualidad, el Siglo de las Luces es aún hoy objeto de defensas, ataques exaltados y nuevos estudios. Algunos de los hechos más destacados del presente se interpretan a la luz de su legado, rico en contradicciones y matices



Por José Carlos Chiaramonte
adn Cultura - La Nación




En 1954, al publicar La España Ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII , Jean Sarrailh traslucía la proyección política que poseía el tema. Desde las alusiones a la Guerra Civil Española y a la Segunda Guerra Mundial, hechas en la Advertencia, hasta la expresión de su esperanza en que habría de llegar un día en que se escuchase el mensaje de los españoles del siglo XVIII, de manera que en la España de su tiempo reinaran la libertad de juicio y la tolerancia, se percibe el eco contemporáneo de su interés en las particularidades hispanas del Siglo de las Luces.

Medio siglo después, en 2004, el historiador norteamericano Louis Dupré comenzaba el prefacio de su libro dedicado a la Ilustración y los cimientos intelectuales de la cultura moderna aludiendo al 11 de septiembre de 2001 y preguntándose sobre la validez del estudio del siglo XVIII para el escenario abierto por ese acontecimiento. Podrían seguir muchos otros ejemplos del interés por el legado del Siglo de las Luces. Unos, que enaltecen total o parcialmente su aporte al mundo posterior; otros que lo repudian por considerarlo responsable de muchos de los extravíos del mundo contemporáneo, tal como lo traduce, en el ámbito de la ficción, la acerba diatriba de un personaje del Viaje al fin de la noche , de Louis-Ferdinand Céline.





Así, uno de los historiadores recientes del tema, Peter Gay, escribe: "Desde las fulminaciones de Burke y las denuncias de los Románticos alemanes, la Ilustración ha sido responsabilizada por los males de la época moderna y mucho desdén se ha dirigido a sus supuestamente superficial racionalismo, estúpido optimismo o irresponsable utopismo". Pero, comenta: "Comparadas con estas distorsiones, que son más superficiales, estúpidas e irresponsables que los defectos que buscan castigar, la amable caricatura dibujada por los admiradores radicales o liberales de la Ilustración ha sido inocua. La ingenuidad de la izquierda ha sido por lejos sobrepasada por la malicia de la derecha. Sin embargo, como el punto de vista conservador, el liberal resulta también insatisfactorio y reclama revisión".

Al mencionar el libro de Sarrailh, viene a la memoria el viejo esquema que informaba nuestras primeras aproximaciones al tema. Un concepto de Ilustración simple, que lo entendía como un conjunto de rasgos definidos y compartidos por todos los considerados exponentes de las "luces del siglo". Sin embargo, los avances de la investigación en los últimos tiempos han sido muchos y han modificado sustancialmente la visión de aquella época. De ellos, quisiera seleccionar tres que me parecen de especial significación.

En primer lugar, un reconocimiento de la disparidad de logros, que nos ofrece así el panorama de una Ilustración rica en aportes intelectuales, especialmente provenientes del espíritu crítico que la distingue, pero pobre en artes (excepto música y arquitectura). Y aunque es cierto que florecieron grandes escritores, esto vale para la prosa, no para la poesía. "Una época sin poesía", titulaba ya Paul Hazard, en 1935, uno de los capítulos de La crisis de la conciencia europea . Si bien Voltaire, como subrayaba Borges, es uno de los grandes exponentes de la prosa francesa, los poetas del XVIII merecen solo un piadoso lugar en algunas historias de la literatura. Junto con esos déficits, sobresalen los logros en el campo científico y filosófico y también en el de la historia, algunos iniciados ya en la segunda mitad del XVII. El contraste entre ellos y la pobreza artística de esos años subraya el valor de la orientación intelectual que consistió, sobre todo, en un gran avance de la conciencia crítica, indudablemente uno de los principales legados del siglo XVIII.





En segundo lugar, los estudios de las últimas décadas han ahondado en la percepción de la desigualdad de orientaciones y de sensibilidades que caracterizaba a lo que antes se veía como un uniforme conjunto de tendencias. "El gusto de los philosophes -escribía el ya citado Peter Gay- fue tan variado como el gusto de su tiempo. Voltaire admiraba a Racine y detestaba a Richardson; Diderot admiraba a Racine y a Richardson, y también a Voltaire; Lessing intentaba librarse de Racine y de Voltaire, pero no de Diderot. Lessing y Diderot escribieron dramas en la manera naturalista de sus contemporáneos mientras Voltaire persistió en la escritura de tragedias en la manera neoclásica del siglo diecisiete. [ ] Kant, quien, como casi todos en la Ilustración, admiraba por igual a los clásicos latinos y a Alexander Pope, encontraba la música irritante y la pintura aburrida -un grabado de Rousseau era el único cuadro en su casa-. El neoclasicismo, el rococó, el naturalismo, la indiferencia, y hasta, con Rousseau, una cierta sospecha espartana hacia las artes, eran todas posturas estéticas posibles de adoptar para los philosophes , y todas compatibles con la filosofía de la Ilustración."

Los hombres del siglo XVIII no fueron así un conjunto uniforme, ni mucho menos. "¿Qué tienen en común -se pregunta el mismo autor- Hume, que era un conservador, con Condorcet, que era un demócrata, Holbach, que ridiculizó todas las religiones, con Lessing, que intentó inventar una; Diderot, que despreciaba a los anticuarios, con Gibbon que los admiraba y emulaba, Rousseau que adoraba a Platón con Jefferson que no pudo finalizar la lectura de la República?"

En tercer lugar se ha destacado la supervivencia de elementos de etapas culturales anteriores como un rasgo también característico del Siglo de las Luces: el barroco en la música y en la arquitectura, el Renacimiento en el arte neoclásico, por ejemplo. No hubo un estilo distintivo de la Ilustración en el campo artístico, caracterizado por la profusión de gustos, técnicas y temas y la amalgama de estilos tradicionales, desde el barroco al inicial romanticismo, o exteriores al mundo europeo, al punto de producir estilos híbridos o nuevos.

De esos tres puntos que resumen algunos de los avances en el conocimiento de la cultura del siglo XVIII, podemos comentar que el primero traduce una profundización del conocimiento, que el segundo implica un cambio del concepto mismo de la Ilustración, que es vista así como algo no uniforme, pero que el tercero afecta no solo el conocimiento y el concepto del tema, sino el supuesto con que lo habíamos enfocado: el de la periodización de la historia, es decir, el esquematismo periodizador que, al concebir la historia como una sucesión de etapas nítidamente diferenciadas, produce una falsa visión de uniformidad de las mismas a la vez que sugiere una especie de incompatibilidad entre ellas.





La artificialidad de las periodizaciones en el caso de la Ilustración ha sido también agudamente expuesta por otro historiador del período, P. N. Furbank, que, por ejemplo, considera que la Fenomenología del Espíritu, de Hegel, se puede leer como un comentario a El sobrino de Rameau, de Diderot, del que Hegel era entusiasta. Asimismo, respecto de la tendencia a clasificar con el mismo rótulo de ilustrados a D Alembert y Diderot, escribe que Flaubert puso el dedo en la llaga al descalificar esa identificación en su Diccionario de lugares comunes. Es decir, en un caso, tenemos dos figuras pertenecientes a lo que se consideran períodos antagónicos, asociadas por la admiración de una de ellas, Hegel, hacia la otra, Diderot. Y, en el otro caso, dos contemporáneos cuya supuesta comunidad intelectual es considerada insostenible.

Por estas consideraciones, en el Prólogo a la segunda edición de La Ilustración en el Río de la Plata , señalo que la insatisfacción que produce el uso de conceptos como Ilustración católica y aun el de Ilustración, al aplicarse a un panorama intelectual tan heterogéneo como el de la España del siglo XVIII y sus colonias, puede deberse a la incongruencia de esa voluntad periodizadora con los datos que surgen tanto de los avances de la historia iberoamericana como de la europea. Tal como sintetizamos al final de ese Prólogo: "De tal manera, podríamos sugerir ahora que lo que hemos llamado «Ilustración española», «Ilustración hispanoamericana» o aun, buscando dar cuenta de lo atípico del fenómeno, «Ilustración católica» era en realidad un conjunto de tendencias reformistas que, según la particular versión del iusnaturalismo en juego, podían abrevar en fuentes tan dispares como la tradición conciliar del catolicismo, el episcopalismo católico, el jansenismo, y también en algunas de las corrientes ilustradas europeas".

Nos parece entonces que el esquematismo periodizador por una parte y las posturas prejuiciadas en pro o en contra del legado del Siglo de las Luces, por otra, son obstáculos que todavía dificultan una mejor comprensión de lo ocurrido en Europa y en América en vísperas de los movimientos de independencia.

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